La distopía del euro

Si hace unos días hablábamos de utopías, hoy cambiamos de tercio y hacemos justo lo contrario. La distopía del euro, el libro de William Mitchell, profesor australiano, analiza extensamente los fallos en el diseño de la Unión Europea.

La Unión Europea es un proyecto con buenas intenciones pero cuya ejecución deja mucho que desear, algo para todos conocido.
En 1972, el Gobernador del Banco Central de Dinamarca dijo: ‘empezaré a creer en una unión económica y monetaria europea cuando alguien me explique cómo se controlan con un solo arnés nueve caballos corriendo a diferente velocidad’.
Por ejemplo, típicamente se viene considerando que para que un área sea apta para la unión monetaria (esto es, para tener una moneda común, como el euro), han de cumplirse tres condiciones, que casualmente no se dan en Europa.

  1. El comportamiento económico de los países ante los ciclos económicos es similar. Sin embargo, en Europa nada tienen que ver las tasas de desempleo del sur de Europa con las de norte.
  2. Movilidad laboral. En EEUU, cuando un trabajador de California es despedido, probablemente acepte tener que cambiar de estado. Por el contrario, los europeos no hemos llegado a esa situación en la que estamos dispuestos a movernos de manera natural de un país a otro.
  3. Política fiscal común. Tampoco ocurre en la UE, ya que cada país diseña su sistema impositivo, su Estado del Bienestar,...
Otro "fallo" sería la obsesión con el déficit, de la que hablamos la semana pasada. Mitchell denuncia lo siguiente: en 2009, 16 de los 17 países de la eurozona tenían un déficit "excesivo" según las autoridades europeas. Esto debería haber sido suficiente, argumenta, para darnos cuenta de que estábamos calibrando mal.
Sin embargo, millones de europeos perdieron sus empleos y su prosperidad innecesariamente debido a la disparatada política económica que se adoptó.
Estas contradicciones se conocen desde hace tiempo, pero poco se habla sobre ellas ya que según el autor se ha impuesto el pensamiento gregario, que significa lo siguiente:
En 1972, el psicólogo social Irving Janis identificó un comportamiento grupal al que puso el nombre de ‘pensamiento gregario’, que es una ‘manera de pensar que adoptan las personas cuando están estrechamente comprometidas con la cohesión de un grupo y cuando el deseo de los miembros de dicho grupo por alcanzar la unanimidad supera su motivación para valorar realistamente vías de acción alternativas’. El pensamiento gregario ‘exige que todos los miembros del grupo eviten mencionar cuestiones controvertidas’.
Y esto es ni más ni menos lo que tenemos en la actualidad. Basta con mencionar las desigualdades entre el norte y el sur de Europa, la asfixiante austeridad, el funcionamiento opaco de algunas instituciones europeas, el papel del banco central en la crisis,... para que se le tache a uno de peligroso. 

Para ejemplificar hasta qué punto esto es verdad, el autor alude a que hoy en día, hasta los progresistas han asumido el discurso dominante: “ajustaremos las cuentas públicas, pero en más años”, dando por hecho que hay que combatir el déficit sí o sí.

Lamentablemente, en vez de poner la economía al servicio de la gente, hemos puesto a la gente al servicio de la economía. Así, tal y como denuncia Mitchell, damos por buenos conceptos como la tasa natural de desempleo. ¡Pero cómo aceptamos condenar a la gente al paro por tal de tener unas estadísticas bonitas! Sin duda, hay que darle la vuelta a la tortilla.

A pesar de todo, el proyecto europeo no está condenado al fracaso. A veces se argumenta que los países europeos no tenemos un sentimiento común. En el libro se desmonta esta tesis:
“No se puede afirmar que la homogeneidad cultural o que las grandes diferencias económicas debiliten las posibilidades de éxito de una unión monetaria. El elemento común entre estos estados anteriormente independientes es que mediante acuerdos políticos accedieron a abandonar sus diferencias y crear un único estado nacional.” 
El autor pone como ejemplo la unificación alemana, a lo que yo añado la unificación de los EEUU. Si un territorio tan grande y con intereses tan enfrentados (algunos estados esclavistas, otros no,etc.) consiguió unirse, ¿por qué los europeos, que compartimos tantos valores, no íbamos a ser capaces de hacerlo también?

El éxito de la UE no radica en el pasado, sino en el futuro. No depende de cómo éramos, sino de cómo estamos dispuestos a ser. Solo con voluntad de cambio funcionará. Por ello, yo apuesto por una Europa fuerte en la que todos nos sintamos incluidos, pero que no sea una excusa para beneficiar a las élites o para pisotear derechos, sino un proyecto para defender la paz, la democracia, los Derechos Humanos,...


Distopía euro
Portada del libro



Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Cómo funcionan las transferencias bancarias?

El mito del trueque

¿Qué hace un economista trabajando en Google?